La historia sobre las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, se debe a un manuscrito de un indígena natural de Azcapotzalco,
descendiente de la familia de Moctezuma Xocoyotzin. Nació en 1520 y fue bautizado con el nombre de Antonio Valeriano; fue un alumno
destacado del Colegio de la Santa Cruz que los franciscanos fundaron en Tlatelolco. Discípulo distinguido del más sabio de todos los
cronistas: Fray Bernardino de Sahagun.
Valeriano se interesó por la historia, toda vez que en su niñez debió conocer al propio Juan Diego y a Fray Juan de Zumarraga, primer
Arzobispo de México.
Hasta entonces, la narración de los extraordinarios sucesos había pasado de boca en boca. El erudito indígena recogió esas versiones y las
recopiló, dándoles una presentación lógica y poética, con la belleza que tiene la lengua de los antiguos mexicanos: el Náhuatl. Gracias a
esa narración el lector va siguiendo el acontecimiento que escribió Valeriano.
El título que se le ha dado es el de la primera frase con que empieza el escrito “Nican Mopohua”, lo cual se traduce: “Aquí se refiere…”
Valeriano nos dice: “A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre
indio de nombre Juan Diego, natural de Cuauhtitlán…”, indígena sencillo simple macehual quien fue escogido para tan gran portento.
Narra el momento fascinante en que el indio se extraña de lo que escucha, “Amanecía y oyó cantar arriba del cerillo: semejaba canto de
varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores y parecía que el monte les respondía…”
Sube al fin el elegido y poco le falta para el desmayo: “Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y le dijo que se
acercara… su vestidura era radiante como el sol; el risco en que posaba su planta, flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de
piedras preciosas y relumbraba la tierra como arco iris”. “Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar,
parecían de esmeralda; su follaje finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.
El Nican Mopohua es la base histórica del acontecimiento guadalupano. Valeriano describe a la Madre de Dios por sus palabras: Ella dijo:
Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?
“Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios, por quien se
vive; el Creador que sabe donde está todo; Señor del cielo y de la tierra…”.
Este documento llamado Nican Mopohua, traducido muchas veces al español, nos permite saber, disfrutar y venerar a tan distinguida Señora,
que nos honró con sus apariciones.